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CANÍCULA
Fermín oyó decir a su mujer la palabra “canícula” y
supo que le engañaba.
Fue una tarde de domingo, verano, con todas las
ventanas de la casa bajadas para evitar el sol y dejar el calor fuera.
—Con esta canícula no hay quien salga a la calle.
Dijo su mujer, y Fermín se quedó helado.
Esa noche, apoyado en el quicio de la ventana, fumando
mientras contemplaba la estrecha y miserable calle a la que daba su casa, determinó
que las palabras no nacen de uno mismo, sino que son puestas en nuestras bocas,
a veces con un beso.
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