domingo, 29 de junio de 2014

  

     Prólogo del libro "Los herméticos"




 Sólo cuando duerme soy capaz de levantarme de la cama y huir del sudor espeso y el olor agrio que impregnan las sábanas. Deslizo los pies hasta el suelo y busco las zapatillas. En la oscuridad camino desnuda soportando el frío de madrugada, y tanteando con la yema de los dedos alcanzo el marco de la puerta y presencio, en penumbras, el salón que me espera. El cuero helado del sillón hiere mi piel, la aturde, la adormece, la eriza; hasta que al final es ésta la que recobra el mando y transmite su calidez para conseguir que la piel muerta y la viva compartan un mismo cuerpo, lo envuelvan y latan juntos. Recupero poco a poco la conciencia de las heridas y las lamo en la oscuridad esperando que hayan sanado por la mañana. Escupo mis manos, la saliva es el bálsamo curativo, el remedio para las tremendas llagas. Los dedos sanan mi mal hasta el punto de hacer que lo olvide, que crea que nunca existió. El cuerpo queda limpio de estigmas, de olores efervescentes y del recuerdo de presiones chatas y desordenadas: se libra al fin de la mentira.
 Empieza a amanecer.
 La luz vibra sobre mis manos y voluntariamente las calienta. Tomo entonces el libro oculto tras otros libros, lo oriento hacia la ventana y leo con la respiración contenida por el temor absurdo de poder despertarlo, con el miedo agarrado a las entrañas. Transpiro a cada paso de hoja y mis latidos resuenan en la estructura hermética que delimita mi existencia. Releo una y otra vez los párrafos señalados buscando sus secretos, descubriendo sus costuras. Intento comprender por qué me hacen temblar, por qué consiguen reproducir tan claramente sensaciones olfativas, auditivas, táctiles. Mi carne tiembla y se humedece por unos renglones marcados a lápiz. Unos gemidos ahogados y mordidos hasta la sangre dejan paso a la calma relativa de una mañana de domingo.

Tengo sueño.

Me recuesto sobre el sofá, arropada por los brazos de mil amantes imaginarios y cierro los ojos.

Amanece y yo me duermo. Hoy será otro día.


Se levantó satisfecho, con el pelo revuelto y el vientre hinchado. Manoseó su sexo y sonrió al notar en sus dedos el olor a esperma. No se sorprendió al encontrar a su mujer dormida sobre el sofá. Tomó el libro caído en el suelo. Un libro de mediano tamaño, de pastas negras. Lo abrió y leyó los párrafos subrayados. Contrariado volvió a rascarse el sexo y, evitando hacer ruido, dejó el libro en el suelo, en el mismo lugar exacto.

Si queréis leer el libro completo pinchad aquí.

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